Alteraciones en las dimensiones de memoria episódica verbal, memoria de
trabajo, capacidades visoespaciales y ataxia (fallas del sistema nervioso) son
algunos de los trastornos que se pueden evidenciar en regiones de la corteza
frontal del cerebro de los consumidores.
Alteraciones en las dimensiones de memoria episódica verbal, memoria de
trabajo, capacidades visoespaciales y ataxia (fallas del sistema nervioso) son
algunos de los trastornos que se pueden evidenciar en regiones de la corteza
frontal del cerebro de los consumidores.
A esta conclusión llegó la investigadora Karen Cristina Martínez,
magíster en Toxicología de la Universidad Nacional de Colombia (U.N.), a partir
de una muestra clínica con 162 personas, 97 de ellas para el grupo clínico
(consumidores) y 65 para el de control.
Se aplicaron pruebas de tamizaje neuropsicológico BEARNI, una
herramienta clínica que sirve para detectar tempranamente los trastornos
neuropsicológicos consecuentes al consumo crónico de alcohol. Este método
evalúa cinco dominios cognitivos entre los que se encuentran: memoria episódica
verbal, memoria de trabajo, funciones ejecutivas, habilidades visoespaciales y
coordinación motora (ataxia).
Por ejemplo en la tarea “fluencias alternas”, cuya finalidad es evaluar
una de las funciones ejecutivas (flexibilidad cognitiva), las puntuaciones se
presentaron más en los pacientes alcohólicos (22 %) que en los de control (11
%), lo que podría suponer posibles diferencias en la ejecución y utilización de
recursos cognitivos de los participantes para desarrollar ciertas funciones.
En la tarea “orden alfabético”, que examina la memoria de trabajo y cuyo
puntaje máximo posible es de 5, se observan diferencias estadísticamente
significativas en el desempeño de los grupos, de los cuales el clínico obtuvo
los puntajes más bajos.
“El 62 % del grupo control contra el 30 % del grupo clínico presentan
puntajes iguales o superiores a 3. La mayor dificultad estuvo en la
manipulación de la información verbal para ordenar las letras, que en un comienzo
suponen un grado de dificultad bajo”, comenta la investigadora.
Al realizar la tarea “figuras escondidas” –que forma parte de la
dimensión de capacidades visoespaciales y cuyo puntaje máximo es de 5– se
aprecian diferencias significativas.
“El 82 % del grupo control presenta un buen rendimiento, ubicando la
mayoría de las respuestas de los participantes desde los 3 hasta los 5 puntos.
Entre tanto, el 13 % de los pacientes alcohólicos y un 2 % de los participantes
controles obtienen puntuaciones de 0”, explica.
Asimismo se puede apreciar un mejor desempeño en la tarea de equilibrio
en el grupo control, con 52 % contra 13 % del grupo clínico que presentan
puntuaciones por encima de 4, lo que indica que por lo menos uno de los ensayos
con los “ojos cerrados” se pudo realizar sin ningún inconveniente.
En este ejercicio los participantes que se enfrentaron a la condición de
“ojos cerrados” presentaron gran dificultad motora para levantar la pierna y
realizar el ejercicio, siendo más evidente en el grupo clínico”, comenta.
La investigadora destaca que “el desempeño del grupo control tiende a
ser mejor si se considera que los puntajes siempre tienden a estar por encima
del grupo clínico”.
Este estudio, dirigido por el profesor Miguel Cote, del Departamento de
Toxicología de la U.N., es un primer paso para evaluar la incidencia del
alcohol en la salud de las personas, ya que su consumo es normalizado y
percibido como de bajo riesgo en la población colombiana, observa el magíster.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) las tendencias actuales
apuntan a un aumento en el consumo global per cápita para los próximos 10 años,
a pesar de que en los últimos 20 años el porcentaje de bebedores decayó
levemente en algunas regiones del mundo, entre ellas la de las Américas.
Ese aumento previsible podría impedir que se alcance el objetivo
establecido por los Gobiernos de conseguir una reducción relativa del 10 % en
el consumo de alcohol en el mundo entre 2010 y 2025.
Según el “Segundo estudio de consumo de alcohol en menores de 18 años”,
en Colombia la edad en la que los jóvenes empiezan a ingerir alcohol es cada
vez menor, lo que lleva a consecuencias negativas para la salud física y
mental.
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