DE ADOLFO PACHECO.
Pepe Rodríguez, mi
maestro en mi niñez, gallero por afición, nos decía que el gallo fino era lo
más parecido al hombre, porque era un luchador por naturaleza, que llegaba a la
violencia y, por ende, a la muerte.
Estudiando la
historia colombiana, vemos que desde la llegada de los españoles, la violencia
casi extermina la nación indígena y aprovechó la mano laboral del negro para
esclavizarlo, explotarlo y, si era posible, matarlo.
Vinieron luego los
‘criollos’, que con violencia nos liberaron del yugo español y con sucesivas
guerras fratricidas nos legaron el dominio político por medio de las armas.
Mi abuelo, desde
tierna infancia, me enseñaba que yo tenía que ser conservador porque los
liberales habían matado a Rosario y a Francisco, sus hermanos, en la guerra de
los Mil Días, por defender a la patria. Mi madre, cuando hubo las vertientes de
la derecha fascista seguida por los conservadores y la vertiente comunista
seguida por los liberales, en el año 1940 me bautizó con el nombre de Adolfo,
por Adolfo Hitler.
Tiempo después, las
circunstancias me han ubicado en lo que en mi tierra llaman ‘pastelero’, me
dijo Pablo Sabina ‘voltiarepas’. Tanto llegó a mi tierra la intolerancia que
tenía dos cementerios, uno para liberales y otro para conservadores; lo mismo
existía la pensión roja, en donde al llegar el visitante se le preguntaba:
“¿Usted qué es?”. Para conservadores no había cupo.
De los quince
municipios de los Montes de María, San Jacinto fue el único que se tomaron las
Farc, en febrero de 1996, causando el deterioro físico del pueblo y el éxodo de
sus familias más importantes.
Hoy recuerdo este 9
de abril porque a los 8 años oí en la plaza un tiro de fusil Gras a las 2 p.
m., anunciando un toque de queda por la muerte de Jorge Eliécer Gaitán. El
alcalde de esa época, valiéndose de 10 pimpinas de ‘ñeque’, las hizo llegar
subrepticiamente donde Juan Gregorio, para justificar el arresto por
contrabando a los jefes liberales reunidos allí, proclamando luego en el
informe a la Gobernación de Bolívar: “En San Jacinto no hubo 9 de abril”.
No pasó lo mismo en
la vecina población del Carmen de Bolívar, de amplia mayoría liberal, pues con
la excusa de que el telegrafista conservador no había informado a tiempo la
muerte del caudillo, lo sacaron de su oficina, lo machetearon y luego, hecho
pedazos, la turba lo depositó en una carretilla gritando eufórica: “Vendo carne
goda, vendo carne goda”.
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