El pasado miércoles
16 de mayo se presentaron los últimos resultados del Índice Sintético de
Calidad Educativa (ISCE), que evalúa el progreso, el desempeño, la eficiencia y
el ambiente escolar de las instituciones educativas en Colombia. Los resultados
de esta medición demostraron que en algunas zonas rurales del departamento de
Nariño están los colegios con mejores rendimientos. Sin embargo, las brechas en
la calidad y el acceso a la educación entre escuelas rurales y urbanas siguen
siendo muy profundas. Así lo reveló el documento Reflexiones innegociables en
educación básica y media para 2018-2022, publicado hace poco por la Fundación
Empresarios por la Educación.
Al terminar 2015, en Colombia había más de 5 millones de niñas, niños y adolescentes por fuera del sistema educativo nacional, un tercio del total de menores de edad que habitan en el país. De esa población que no asistía a la escuela, el 40 % vivía en zonas rurales afectadas por el conflicto armado. Hoy en día, esta situación no ha cambiado significativamente.
Al terminar 2015, en Colombia había más de 5 millones de niñas, niños y adolescentes por fuera del sistema educativo nacional, un tercio del total de menores de edad que habitan en el país. De esa población que no asistía a la escuela, el 40 % vivía en zonas rurales afectadas por el conflicto armado. Hoy en día, esta situación no ha cambiado significativamente.
Uno de los resultados
más preocupantes del informe demuestra que en 2016 el promedio de años de
educación en una zona rural fue de 5,5 años por estudiante, mientras que en una
urbana fue de 9,6. “Un niño de la ciudad está recibiendo más de un 50 %
adicional de educación que uno del campo”, se lee en el documento. Además, las
cifras de asistencia a primaria y secundaria en el campo son mucho menores que
las de la ciudad, y la deserción escolar en las zonas rurales es casi el doble
que la de los centros urbanos. De hecho, el estudio informó que 13,8 % de los
niños del campo entre 12 y 15 años no asistían al colegio.
A estas diferencias
injustificables en pleno siglo XXI se les suman las increíbles distancias en el
acceso a servicios básicos entre las escuelas del campo y los colegios de la
ciudad. En las zonas rurales, por ejemplo, sólo el 37 % de los centros
educativos tienen agua potable, mientras que en la ciudad el 100 % de los
colegios tienen garantizado este servicio. Algo parecido ocurre con el acceso a
internet. En las urbes, 91 de cada 100 colegios tienen wi-fi o banda ancha,
pero en el campo sólo 53 de cada 100 pueden disfrutar de este privilegio.
Otros índices similares, como la electricidad, las líneas telefónicas activas y los baños en buen estado, condiciones de infraestructura mínimas para el buen desempeño de los estudiantes, confirman que, lejos de cerrarse, estas brechas se mantienen y se complejizan
Otros índices similares, como la electricidad, las líneas telefónicas activas y los baños en buen estado, condiciones de infraestructura mínimas para el buen desempeño de los estudiantes, confirman que, lejos de cerrarse, estas brechas se mantienen y se complejizan
La combinación entre
deserción escolar y servicios básicos insatisfechos puede ser una de las causas
por las que a los jóvenes pobres y rurales les va tan mal en las pruebas Pisa.
La Fundación Empresarios por la Paz informó que a pesar de que Colombia fue el
país con mayores mejoras en este examen entre 2006 y 2015, frente a sus pares
latinoamericanos, también fue el que menos disminuyó las brechas entre los
niveles socioeconómicos más altos y los más bajos. “Se estima que de seguir al
mismo ritmo de los últimos años, Colombia pasará a ser el país con mayores
brechas entre ricos y pobres para finales del próximo gobierno”, aseguraron los
investigadores.
La situación se
agrava si tenemos en cuenta que uno de cada cuatro colombianos forma parte de
la población rural y que el 44 % de ésta se encuentra en situación de pobreza
multidimensional. Además, los jóvenes del campo han sentido con más fuerza el
efecto del conflicto armado. Entre 2013 y 2015 se reclutó un niño por día. En
el mismo período, 65 escuelas rurales fueron afectadas por la guerra.
De acuerdo con el
estudio, Colombia sigue en los últimos puestos dentro de los países que
presentan las pruebas Pisa. “Colombia escasamente pasaría de tener resultados
“pobres” a “aceptables” para finales del próximo gobierno, y, según la Unesco,
le tomaría más de 30 años alcanzar un nivel medio de aprendizaje”.
Los resultados de las
pruebas Saber son aún más preocupantes. Las brechas entre niños de quinto y
noveno grados de distintos niveles socioeconómicos aumentaron drásticamente
desde 2009 hasta 2016. Para Luz Emith Castro, subdirectadora de la Fundación
ExE, estas brechas reflejan la desigualdad que ha caracterizado al país.
“Tenemos una deuda histórica con la ruralidad. Las condiciones educativas de
las zonas abandonadas por el Estado y afectadas por el conflicto armado son
críticas. Estamos profundizando iniquidades y condenando a generaciones
completas a condiciones de pobreza estructural, y eso tiene que cambiar”, dijo
Castro en entrevista con este diario.
La situación de los
docentes de las escuelas rurales también es grave. Según el informe, los
maestros de las veredas no tienen acceso a una red de docentes para
intercambiar buenas prácticas, ni acompañamiento en aula, ni suficiente
material de apoyo. “El nivel de formación de los profesores en zonas rurales es
mucho menor comparado con el de las ciudades. El porcentaje de maestros con
título de bachiller, normalista o sin título es mayor que en las zonas
urbanas”.
En conclusión, la
educación rural en Colombia tiene menores niveles de acceso, permanencia,
pertinencia y desempeño que la urbana. Por eso, es necesario promover políticas
públicas que busquen cerrar las brechas educativas y, al tiempo, garanticen el
desarrollo integral de los jóvenes colombianos.
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