por Ana Maria Ruiz
En diciembre
pasado, como en casi todos los fines de año, atravesé cordilleras en el carro
para ir a abrazar a la familia. A la ida, de Bogotá a Cali por La Línea, tuve
la suerte de padecer ‘solamente’ dos horas de trancón, llegando a Calarcá. Unos
días más tarde, el paso de La Línea dejaría atrapados durante 9 horas a miles y
miles de personas que intentaban llegar a su lugar de vacaciones. ¿Y el túnel
que en 2008 inauguró el entonces presidente Uribe? De aquello nada.
Los viaductos que
comenzaron a ser construidos están ahí a medio hacer, como demostración del
espanto de las obras civiles en Colombia. Igual que el puente de Chirajara
cuando se cayó la semana pasada llevándose la vida de 10 trabajadores de la
obra; así, tal cual. Llevo varios fines de año viendo cómo se construyeron
sobre el abismo, de uno y otro lado, enormes pilotes que sostienen unas moles
de cemento y varillas de hierro que nunca terminan de encajar con el otro lado,
dejando a la intemperie grandes tripas de acero que se oxidan con el pasar del
tiempo.
Como cada año,
confirmé que sigue instalado el trancón en el insólito peaje que se cobra desde
una cabina diminuta atravesada en la mitad de una carretera estrechisima de
doble sentido, donde el empleado que recibe la plata de los carros que suben se
toca la espalda con el empleado que hace lo propio con los que bajan. Por ese
cuello de botella pasan cada día el comercio nacional e internacional de
Colombia, los negocios de mucha gente, la vinculación del suroccidente con el
centro del país.
Para regresar a
Bogotá desde Popayán, atravesé la cordillera Central por la ruta que tan
ampulosamente llamaron en las épocas del vicepresidente Vargas Lleras,
inaugurador de carreteras sin pavimentar y puentes sin terminar, “Transversal
del Libertador”. Ahí se ve, después de Totoró, el esqueleto del puente Córdoba,
que entró en funcionamiento en 2013 y fue demolido en 2017, porque según dicen
los comunicados de Invías, ocurrieron “repetidas avalanchas que generaron
inestabilidad en la zona por la presencia de fallas geológicas”. Y uno se
pregunta cómo es posible que a los constructores de semejante obra les haya
sorprendido lo obvio, que esa es una zona de avalanchas, aludes e inestabilidad
geológica, tierra de volcanes que tiembla y se sacude.
Pero igual que en
el puente Chirajara, el colapsado en la vía al Llano, están las fotos y los
comunicados de prensa de la inauguración con bombos y platillos del puente
Córdoba, otra obra con la que nuestros impuestos se destinaron a financiar la
campaña presidencial a Vargas Lleras, candidatura que menos mal ha resultado
tan fallida como las obras endebles y peligrosas que se construyeron bajo su
batuta.
Hice el recorrido
Popayán a Neiva el sábado 6 de enero, y demoré 7 horas atravesando páramo,
bosque alto, peñascos, cañones, tierras sagradas de montañas deslumbrantes,
hasta caer al valle del rio Magdalena. Durante el tramo entre Totoró y La
Plata, cuando la carretera parece trazada a pedazos y en algunos puntos se
convierte en una trocha, llamó poderosamente mi atención que había cuadrillas
de obreros con chalecos, chaquetas, overoles y cascos de Invías, apostadas a lo
largo de la vía. Con los primeros que se ven, inocentemente se alcanza a pensar
que si hay trabajadores es porque le están metiendo mano a arreglar la
carretera.
Pero es otra
mentira: los vi con podadora manual y con machete, desyerbando el borde del
camino, recogiendo hojas en bolsas plásticas, y así. Un camino desbaratado y
unos 100 obreros recibiendo paga de 6 de enero por trabajar en ornato.
Incomprensible.
El colapso del
viaducto de Chirajara no es solamente una tragedia, y al decir eso saludo
respetuosamente a los familiares de los 10 trabajadores de la concesión vial
que murieron. La verdadera tragedia nacional es que Chirajara, Córdoba o el
túnel de La Línea los hemos pagado Dios sabrá cuántas veces, y esa plata se ha
ido directo a los bolsillos de los corruptos que chupan de la teta más grande,
la de las obras públicas del país.
¿Cuántos túneles de
La Línea, cuántas autopistas al Llano hemos pagado, para que los politiqueros
nos den estas bofetadas impunemente? He visto mil veces la misma secuencia del
proyecto, la licitación, el consorcio ganador, el pago del anticipo, la fase de
diseño, el inicio de obra, los sobrecostos, las dificultades del terreno, las
proezas de la ingeniería, y luego el oportunista acto de inauguración de obras
inconclusas, tramos inexistentes y puentes que nada conectan.
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