Dos gigantescas
máquinas que se convirtieron en símbolo de la corrupción de la multinacional
permanecieron enterradas por 7 años. Ahora que el Distrito está por terminar su
extracción, surge la pregunta: ¿Qué pasará con el costoso pero obsoleto tesoro?
Sobre el predio
Canoas se está acumulando, pieza por pieza, el tesoro de hojalata que Odebrecht
dejó enterrado bajo el suelo de Soacha. Son dos máquinas monumentales,
diseñadas para despedazar la roca y la tierra, que fueron sepultadas hace más
de siete años y que terminaron convertidas en un símbolo de corrupción.
Desde el año pasado,
y luego de que la multinacional brasileña le ganó un pulso jurídico a la
administración capitalina, se ven sobre el extenso terreno dos grúas
monumentales que, de a poco, han ido jalando las tuneladoras para sacarlas a la
luz. A la fecha, según el acueducto de Bogotá, el desentierro tiene un progreso
del 67 por ciento y no faltarían dos meses para que esté terminado. Entonces se
abre otro interrogante sobre esas máquinas: ¿Qué va a pasar con ellas, que son
tan caras como obsoletas?
La historia comenzó
con la necesidad de descontaminar el río Bogotá. En diciembre de 2009, la
Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá adjudicó un contrato por
244.000 millones de pesos para construir dos túneles destinados a mover aguas
desde y hacia la planta de tratamiento de Canoas, que aún no existe, pero que
ya está proyectada para ser la megaobra que salvará al agonizante cuerpo de
agua que le da vida a la capital.
El encargado de
ejecutar ese millonario contrato fue el consorcio Canoas, conformado por
Odebrecht y por CASS, una empresa de la familia Solarte. Para la Fiscalía, la
victoria de ese grupo en la licitación de la obra fue turbia. Al parecer, los
privados repartieron más de 1.000 millones de pesos en sobornos que habrían
llegado hasta los bolsillos de los hermanos Iván y Samuel Moreno Rojas,
entonces alcalde de Bogotá.
Hoy, por cuenta de
ese contrato no solo están cuestionados los brasileños y los protagonistas del
carrusel de la contratación, sino también uno de los contratistas más grandes
del Estado: Carlos Solarte, y su hija Paola, señalados de participar en la
repartición de las coimas. Esas irregularidades apenas salieron a flote hace un
año, así que el proyecto avanzó durante varios años sin reparos.
En 2010 arrancó la
obra. Para ejecutarla, el consorcio construyó las dos tuneladoras que, en
esencia, estaban compuestas de una broca gigante que taladra el suelo, capaz de
hacer huecos de 4,2 metros de diámetro, al tiempo que revestía de concreto las
paredes del túnel, y de una serie de vagones, como de tren, donde se acumulaba
la tierra excavada. Dos gigantes de hojalata, cada una de 500 toneladas de peso
y 100 metros de largo, algo así como cuatro buses biarticulados de
TransMilenio.
Las máquinas
comenzaron su recorrido. Una desde el Charquito, en las inmediaciones del Salto
del Tequendama, y la otra desde el río Tunjuelo. Ambas debían trazar su
recorrido durante meses, en sentidos opuestos, pero sincronizadas para que,
cuando llegaran al predio Canoas, se encontraran y conformaran el gran túnel de
11 kilómetros por el que pasaría el agua.
Pero no sucedió así.
La que había arrancado desde el Charquito llegó a una profundidad siete metros
mayor que su gemela. Y ese no fue el único problema. El consorcio pretendía
quedarse con el contrato para construir la segunda fase de la obra: una
estación elevadora que llevaría las aguas enterradas hasta la planta de
tratamiento y que, de paso, sería usada para evacuar las máquinas.
Pero ante las fallas,
la administración distrital, entonces encabezada por Gustavo Petro, suspendió
el contrato. Como las máquinas no habían sido construidas con la facultad de
andar en reversa, tampoco pudieron devolverse a sus orificios de entrada. Así
que quedaron enterradas durante años, tiempo en el que, de vez en cuando, un
técnico se colaba por el túnel para encenderlas, y así evitar que, por el
desuso, el poderoso motor se atrofiara y el tesoro se echara a perder.
Con las máquinas
enterradas y un contrato sin terminar, el consorcio de Odebrecht y los Solarte
decidió interponer una querella contra el Distrito, que terminó obligado por un
Tribunal de Arbitramento a pagarles 11.800 millones de pesos a esos privados.
Luego, el Consejo de Estado le ordenó a la ciudad que extrajera las máquinas a
través de un pozo y que, de paso, agilizara su labor de descontaminar el río.
En octubre del año
pasado, el Distrito, la Gobernación de Cundinamarca y la CAR anunciaron que
lograron un acuerdo para juntar los 4,5 billones de pesos necesarios para
construir la planta de tratamiento de Canoas, que sería una de las más grandes
del mundo y que, aspiran, estará lista en 2024.
Pero para avanzar en
esa megaobra, primero es necesario terminar el túnel de Tunjuelo - Canoas y
extraer las máquinas. Para eso, la Alcaldía de Enrique Peñalosa destinó 24.000
millones de pesos, necesario para montar el gran operativo que desenterrará a
esa gigante. Se constituyeron jornadas de 24 horas de trabajo, en las que
participan alrededor de 60 personas, armadas con maquinaria pesada. Además, se
excavó un pozo de 70 metros de profundidad, el equivalente a un edificio de 20
pisos, para extraerlas por ahí.
El Distrito, a su
vez, decidió arremeter jurídicamente contra el consorcio, ahora en el foco de
las investigaciones por corrupción, pues nunca terminaron de ejecutar la obra
como se esperaba. Por estos días, en el predio Canoas, se van acumulando los
fragmentos de las colosales tuneladoras, cuyo destino final aún es incierto.
No está claro si
quedarán en manos del Distrito o de Odebrecht. Tampoco se sabe para qué podrían
usarse, pues pese a ser unas máquinas potentes y costosas, fueron diseñadas
específicamente para las condiciones del túnel Tunjuelo-Canoas, y es poco
probable que se adapten a otra obra.
Por ahora, lo que se
espera es que en los próximos meses terminen de salir a la superficie, para que
dejen de obstruir el avance del proyecto de descontaminación del río. Y que
emerja también la verdad enterrada sobre este caso de corrupción del que las
tuneladoras se volvieron un símbolo.
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